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Mostrando entradas de mayo, 2010

Sangre negra

Dabove / Ser polvo (leer) Será que uno quiere ver a veces el cuerpo en el texto. Como si se tratase de una verdadera apoteosis, o a la inversa del credo niceno-constantinopolitano, la carne se hace verbo. El poeta (autor literario por antonomasia) es un demiurgo diminuto, verdugo y redentor, que hace holocausto de sí mismo para pasar a ser letra, soplo, tóner, y así garantizar su eternidad. Será entonces por eso que uno busca al Santiago Dabove vivo y eterno detrás de sus muertes fraguadas. Experimento ahora un doble temor: y es que al leer sus textos, creo estar resucitándolo. Y cuanto más leo (aspirando furiosamente el tóner volátil) más vive ese muerto. Yo, vampiro invertido, chupando tinta para darle vida, no se si tengo miedo de no poder saciarme nunca de resurrecciones, o de ser esclavo del oficio al cual me ataron sus letritas poderosas.

Medular

Tiene que ser un esdrújulo, algo con nombre escatológico, muchas jotas y vocales cerradas y sonidos guturales impronunciables. Tenés que ser un esdrújulo, incipiente, vulcánico, brillante y oleoso al lado de mi nariz. Al lado de la nariz en el espejo del baño. Tan agudo en la cima como grave en la base, dolías y dolés. Te veo en el espejo, acumulando humores por adentro, forzando la nariz a alejarse oblicua de su fuero. Aterrada, como queriendo salvarse de esa inminente y feroz fatalidad. Quiere oler más allá, quiere escaparse de. Era preciso extirparlo. Pero ante la sola idea de verse reventar tan indignamente, la bestia escatológica, temeraria, pujaba con más fuerza apelando a la mayor dolencia concebida. El dolor, o su inminencia, es la causa de mi inercia estática, hoy como ayer. Era preciso estallar desde las vísceras. Y mientras tanto vos, que te burlás de mí desde el espejo, perversa y cínica, acentuada y rígida, replegada a las antepenúltimas sílabas de tu existencia con e...

Confesión del Viento

Lejos, diametralmente distante del paisajismo básico, me detengo a observar un poema que venía escuchando sin mucho interés. Se trata de este poema de Roberto Yacomuzzi musicalizado por Juan Falú. Decir que fue concebido en el aire pampeano es, en este caso, decir mucho más de lo que parece. No es una mera referencia geográfica. Hay algo de flecha en el blanco, algo de acierto quirúrgico, algo de nódulo, de centro, de arteria. Es que su autor puso en el Viento un poeta romántico, casi un héroe romántico. Toma los elementos (descarnados, suspicaces) y los lleva en un cono entre sus manos. Los eleva para bajarlos (¿qué otra cosa podría hacer el viento?), y los pone en relación, los entremezcla, los entreteje, siendo él mismo escalpelo y sutura. Confesión del Viento (Escuchar) Roberto Yacomuzzi / Juan Falú El viento me confió cosas que siempre llevo conmigo, me dijo que recordaba un barrilete y tres niños, que el sauce estaba muy débil, que en realidad él no quiso, que f...

Las lágrimas del héroe

Virgilio / Eneida La sombra de Dido y su inmortal silencio, la maldición de la reina que recae sobre la futura enemistad entre Cartago y Roma, los dolores del viaje, los amigos perdidos, los trabajos piadosos, son el llanto de Eneas en el Averno. Y frente a eso, la voz del padre, el destino, la progenie, el camino a la nueva Edad de Oro. Viendo a Dido, Eneas no solo llora por amor. Llora también su deber, y esas lágrimas valen toda la gloria de Roma. De eso se trata la piedad. Es similar a esa purificación por el aire, el agua, el fuego: condición necesaria para la permanencia en los Campos Elíseos. No es sólo un toque de historia amorosa que el poeta incrustó en el libro IV, sino más bien una tenue trama que, entretejida a lo largo de toda la obra, va abordando esta piedad desde todos los rincones. El héroe penetra en el mundo de donde nadie retorna, y el héroe vuelve. Eneas lleva consigo esa piedad, la transita, se sumerge en ella y hasta el fondo del mundo. Tal vez, a su regr...

Sabrosas colas de serpiente

O la experiencia cíclica en el mundo chato Su abrazo también es imposible: la serpiente carece de brazos. Sólo le queda, no como única opción, sino más bien como destino fatal, perseguirse a sí misma y autocomplacerse. Saborear su propio cuerpo enroscada en el círculo perfecto a partir del cual el Infinito encontró su forma. El placer de su boca venenosa es también lo indiferenciado; volverse una consigo misma, recurrirse, recomenzarse, y de esa manera, nuestro reptil sin patas, consigue la inmortalidad. Sin dios mediante, sin ídolo y sin verdad última, la serpiente se basta por sí sola para ser infinita, para ser completa. Dirán sus detractores que el veneno en su dentadura fue puesto ahí por el Demiurgo –aquél cínico omnipotente–, con el único fin de que, al encontrar el placer de lo eterno, la propia serpiente se envenene a sí misma y muera. ¡Pero morirá eterna! Dirán sus espléndidos defensores. Yo, por mi parte, ni acusador ni abogado, sostengo que no morirá. Y que aunque sus...

Anamórfosis

El ejercicio de mirar sesgadamente Ciertas imágenes suponen un ángulo específico de nuestra mirada para que la refracción oblicua de los rayos de luz imprima en la retina del observador un rostro enigmático, una forma novedosa, un terror incomprensible. Así es que entidades abstractas o concretas habitan en el sesgo del aire esperando, sin torcer la mueca, a ser rescatadas del letargo por aquél que incurra en el rincón preciso, en el grado angular desde el cual la dimensión etérea se despliega como un libro que esconde maquetas de cartón. Pero estos modelos tienen vida y movimiento, ocupan su porción de tiempo y de espacio relativos, y ejercen su condición de presa ante el ojo sagaz de nuestro desengarabintintangulador predilecto. Forma de las formas, la anamorfosis es tanto un camuflaje como un mensaje cifrado, y el espectador aguzado es tanto un cazador como un criptólogo que en sus tareas de espionaje descifrará el misterio. Para su asombro, la forma cifrada tiene su forma… y ha...

La vida moderna

Obedeciendo a una costumbre milenaria, el buen iniciado en las artes de Tsu echa mano a la albañilería para levantar un monolito chato y largo en honor a su más célebre enemigo. De esta manera el espejo cóncavo de su tocateur quedará dividido en dos hemistiquios paralelos. Pero una ley más arcaica gobierna su neurona: y es que el reflejo nunca puede diferir del objeto. Por lo tanto, afirmado en el principio más absoluto de la mímesis, el joven iniciado atravesará su propio cuerpo con el muro de ladrillos hasta ser la exacta imagen de su otro en el espejo. Publicada en el número I del Heraldo de Tabarís, Ene 2009

Contraluz

No estaba en la ventana. Pero la vi en puntas de pie, desnuda, inclinada hacia el vacío, asomada al martes de febrero en el que habíamos amanecido juntos. De éste lado de la ventana, en la habitación a oscuras, creí tocar una mano con mi mano. Su piel parecía ahora más clara, tal vez por la resolana. El pavimento irradiaba vapor y pesaba plomadas con un amanecer como ese a cuestas. Ni un rayo toca mi mano, y no sé si rocé mi izquierda con mi diestra porque una de ellas no siente. Sigo con mis ojos abiertos sobre su espalda para recorrer la curvatura de su espina desde la nuca y por sus omóplatos rectilíneos realzados por los brazos que se sostenían del marco albino de la ventana. Cuál de ellas sos, de espaldas al oscuro y el doble saludo al sol que quema la imagen. Mis pupilas contraídas ven cada vez menos. Busco el roce nuevamente y ya ni encuentro mi izquierda. Creo que tu cuerpo se ha consumido con la luz de la mañana. JPC

Memoria de los átomos finitos

U olvido de los átomos finitos El día que Heráclito se bañó por segunda vez en el mismo río (mil y un años después de haber acuñado su célebre frase) sintió una necesidad irrefrenable de dejar por escrito su experiencia a fin de que mil y un años más tarde, al bañarse por tercera vez en ese río idéntico, la sorpresa no lo asaltara tan abruptamente y pudiera así por primera vez disfrutar de un baño plácido. La urgencia con la que corrió a buscar una piedra lisa sobre la cual inscribir su descubrimiento le hizo olvidar todo pudor y todo frío, y salió desnudo corriendo por todo el bosque hasta que encontró una espléndida superficie en piedra caliza. Tomó una punta de lanza y escribió "Pitágoras tenía razón". Del otro lado del mundo, aunque en un tiempo impreciso, un Zoroastro pulcro y perfumado fumaba por enésima vez el mismo incienso y sonreía cínicamente como si entendiera todo. Tiempo después, o una eternidad antes, Heráclito bajaba otra vez al río para defecar en ...

Locus ubi

Silencio de sepultura. Mis talones de madera reverberan en las paredes macizas. El eco de mis pasos que llegan pasa junto al eco de mis pasos que se fueron. Mirando fijamente al atrio, cuya luz de intenso índigo señala fragmentos de estatuas doradas y subraya a Dios (o lo que es lo mismo, le pone suelo), busco un asiento apartado y siento la culpa de haber hecho ruido al arrastrarse el pesado ébano. El chofer hace ademanes y la noche le devuelve muecas y bocinazos mudos. Llegaré a Cerrito y Corrientes a las once, espero estar sobrio para cuando ella se aparezca. Para estar a la altura de las circunstancias. Espero estar muerto, cuando ella se esfume, y el chofer apague el pucho entre sus piernas de humo. JPC

Inerte

Y si no abro los ojos es por miedo a que sea verdad. A que toda esa legión de demonios y vampiros realmente esté ahí, rodeando mi cara como un abanico de lanzas. Pero no me duermo porque sé que están también del otro lado del sueño y trasponer ese líquido umbral que separa la noche del día sería entrar en su territorio. Por eso me quedo quieto y sostengo con más fuerza las frazadas que cubren mi boca, dejando siempre la nariz afuera para no ahogarme. Porque ahogarme también sería correr el riesgo de caer en sus garras y tenazas. No voy a moverme. No me llames. No voy a moverme. Apenas si juego con la esperanza de que el día los calcine. Que al salir el sol una potencia ultravioleta acabe con todos ellos y uno por uno revienten en polvo y sombra. Solo espero no sentir sus partículas cayendo sobre la piel de mi cara. Sus finísimas partículas –polvo de polvo– que al estallar volaron atraídas por la ley de gravedad hasta tintinear imperceptiblemente sobre mis poros, hacia mis poros. ...

Salto al abismo

Kafka / Un mensaje imperial Nuestro amigo y devenido insecto, con cuyas reencarnaciones cruzo siempre unas palabras en la cocina antes de rociarlas de Raid, ha dejado especialmente para mí, el más miserable de sus súbditos, un texto tan sucinto como inmenso. Su brevedad es semejante a la de un agujero de gusano, un punto en el espacio, una falla a través de la cual se unen distancias impensables. En un único párrafo, al cual accedemos con la desconfianza que nos es habitual, resume lo que nos ha costado más de treinta siglos de literatura entender. Similar a lo que Barthes señala como quiebre de la comunicación (seguramente con otras palabras, un tanto más francesas, quizás). Justamente, la literatura arranca allí, en ese mensaje de ese emperador agónico, cuyo receptáculo y a la vez “canal” jackobsoniano tiene enormes dificultades no sólo para transmitirlo, sino para llegar incluso hasta los oidos distraidos de ese lector solitario y sombrío “que ha huido a la más distante lejanía...

El salto por el ojo de la aguja

Vallejo / Trilce El abrazo imposible espera ser referido por la pluma imposible. La manca Venus de Milo que César Vallejo busca en trilce XXXVI persiste, insiste en su existencia inútil, cercenada, o más aún increada. Aquí es la metonimia (una de las figuras preferidas de Vallejo) la que define a esta Venus: su brazo no sólo es manco sino “increado”, es decir, que lo que ya no existe nunca existió. No es la misma continuidad señalada en la primera estrofa, en la que, en su último cuarto de hora, el macho deviene hembra por flacidez e impotencia propias de la edad. Está claro que el paréntesis, como los verdeantes guijarros de los que no están naciendo los brazos inminentes, es esa misma existencia que es y no es, o que es al no ser: una no-armonía, la orfandad en todo su esplendor. Resulta muy interesante comparar el salto por el ojo de la aguja con la imagen del espejo cóncavo. Es necesaria una torsión espacial, una perspectiva de quiasmo, para que el salto de hecho se concrete. ...

El Ángel Vengador

Dumas / Montecristo Si un hombre fuera un cuerpo y una idea, expuesta su absurda sensibilidad a un mundo igualmente absurdo, y lo es; y si acaso un hombre fuera ese cuerpo y esa idea alumbrado por sueños y proyectos, amores y pasiones, y lo es; entonces ese hombre que había sido Edmundo Dantés habría muerto realmente en su celda del Castillo de If, y fue efectivamente así. Lo que sobrevivió a Dantés no fue el propio Edmundo sino un ser superior y superado, una idea casi teologal, la idea del equilibrio místico aplicado por una mano superhumana. Su venganza no es la de un hombre sino la de un dios. A guisa de contrapasso (¡Hosanna, Alighieri!), Montecristo va sembrando pacientemente las semillas que crecerán hasta voltear la balanza para el lado opuesto. Desde todo punto de vista, las acciones del Conde superan ampliamente la noción de vendetta. Montecristo tiene una certeza digna de un dios y, desde la catalepsia de Valentina hasta la configuración de Benedetto-Cavalcante, sin o...

Punto de fuga

Bioy/La invencion de Morel Me detengo en la pared que a pesar de que la rompo, una y otra vez vuelve a aparecer. Ese muro verde inquebrantable no es sino el umbral del pasado, la vida y la muerte. Porque nada parece avanzar en esa isla poseida por el tiempo. Nada excepto la vaga idea de un amor a las miradas, a la indiferencia de lo intocable, a ese horizonte en el que siempre está atardeciendo. Acaso Bioy sabe algo que intuimos, aunque mejor querríamos no saber. El amor siempre está en el ojo del que ama (y solamente ahí). Y si toda invención es un hallazgo, Morel encuentra en mí a ese que ve e intenta “ser en lo que ve”. Quiero ser ese mismo atardecer y esa brisa imperceptible que acaricia tu pelo. Por eso soy doblemente fugitivo: a través de la isla quizás pueda entrever mi propia silueta junto mi perfecta Faustine.