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Inerte

Y si no abro los ojos es por miedo a que sea verdad. A que toda esa legión de demonios y vampiros realmente esté ahí, rodeando mi cara como un abanico de lanzas. Pero no me duermo porque sé que están también del otro lado del sueño y trasponer ese líquido umbral que separa la noche del día sería entrar en su territorio. Por eso me quedo quieto y sostengo con más fuerza las frazadas que cubren mi boca, dejando siempre la nariz afuera para no ahogarme. Porque ahogarme también sería correr el riesgo de caer en sus garras y tenazas.
No voy a moverme. No me llames. No voy a moverme. Apenas si juego con la esperanza de que el día los calcine. Que al salir el sol una potencia ultravioleta acabe con todos ellos y uno por uno revienten en polvo y sombra. Solo espero no sentir sus partículas cayendo sobre la piel de mi cara. Sus finísimas partículas –polvo de polvo– que al estallar volaron atraídas por la ley de gravedad hasta tintinear imperceptiblemente sobre mis poros, hacia mis poros.
Quizás los ácaros que habitan en mi piel ya no se alimenten de mí cuando un gusano venga a devorarlos. Quizás también sean bestias imaginarias. Pero no voy a moverme. No me necesites, porque no estaré.

JPC

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