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El salto por el ojo de la aguja

Vallejo / Trilce
El abrazo imposible espera ser referido por la pluma imposible. La manca Venus de Milo que César Vallejo busca en trilce XXXVI persiste, insiste en su existencia inútil, cercenada, o más aún increada. Aquí es la metonimia (una de las figuras preferidas de Vallejo) la que define a esta Venus: su brazo no sólo es manco sino “increado”, es decir, que lo que ya no existe nunca existió. No es la misma continuidad señalada en la primera estrofa, en la que, en su último cuarto de hora, el macho deviene hembra por flacidez e impotencia propias de la edad. Está claro que el paréntesis, como los verdeantes guijarros de los que no están naciendo los brazos inminentes, es esa misma existencia que es y no es, o que es al no ser: una no-armonía, la orfandad en todo su esplendor.
Resulta muy interesante comparar el salto por el ojo de la aguja con la imagen del espejo cóncavo. Es necesaria una torsión espacial, una perspectiva de quiasmo, para que el salto de hecho se concrete. De lo inmenso a lo minúsculo, se da una relación de imposibilidad oblicua (si se me permite una expresión de mi autoría), similar al cross-cap, a moebius, al espejo invertido.
La imparidad es esa misma armonía inversa. Pero no lo pensemos como una mera declaración de ideas. Si lo pensamos desde el plano literario, sesgado, con esa triple mirada en la que se enajenan autor y lector y texto, vamos a dar con la representación del espejo cóncavo. Lo par deviene impar. La simetría se continúa en asimetría, y lo que ya no es nunca ha sido.
Y ahí estoy yo, patas para arriba, mirándome a los ojos a la altura de mis rodillas. Y con un meñique menos.

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