Aquiles y el rey David eran cantores. Es decir,
poseían facultades y entrenamiento mnemotécnico. O también, viéndolo de otro
modo, eran dueños de un saber rítmico, conscientes de que el ritmo es la
memoria de la Naturaleza.
Héroes del tiempo de la oralidad primaria, tan conjetural
como los dinosaurios, se hicieron eco, ritmo espacial, reverberancia.
El dinosaurio me mira. Su cara de fósil mineral se
tuerce en una mueca de desprecio.
–¿Conjetural?
Me esfuerzo en reconstruir una imagen poética de la
era Mezozoica, cosa que el falso reptil interpreta como una absoluta falta de
fe.
–A las pruebas científicas me remito.
Y yo, hablando de David y Aquiles para un muñeco de
piedra con forma de dragón, intento abarcar el sentido rítmico de la transmisión.
La molécula como un compás.
Me refiero a los patrones, quiero decir, a los
jefes. El dinosaurio, aunque es pura mandíbula, no entiende de oralidad.
Y el dinosaurio está ahí. Todavía.