Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa.
Spinoza.
Que la artesanalidad involucra el contacto, ya lo sabemos. El contacto, digo, y pienso en el vínculo con lo material, en la costura como vínculo, en las tintas, los perfumes, las texturas, los pliegues. Que hagamos libros artesanales nos pone en contacto, habilita puentes, vasos comunicantes, ensambles, nodos, sinapsis. Nos conecta con los objetos que producimos, con las personas que participan del proceso, con los proyectos que cohabitan el multiverso editorial. Hay conexión: somos en red.
Es, quizás, en ese sentido, que podemos disociar la idea individualista snob de hacer libros en mi tiempo libre, de la intensidad con la que nos conmovemos hacia estos espacios de conexión verdadera: de contacto, de material, de comunidad.
Experimentamos algo de eso en la FEA, evento al que nos referimos no con siglas sino con un adjetivo que es casi un apodo. La FEA es la feria más linda, dicen muchas voces.
La palabra comunidad se la agenciaron las propuestas de marketing digital, que nos hablan en esa lengua impostora de community managers con promesas del tipo “10 pasos para hacer comunidad en redes sociales”.
Pero, quienes habitamos estas otras formas de contacto sabemos que comunidad es otra cosa: es compartir el mate, las dudas, la palabra, la risa, las preocupaciones; es convidar bizcochuelo y emoción; es compartir una olla de guiso al final de la jornada y sentirse en casa; es sentarse a charlar en torno al fuego común, a las intensidades que nos convocan, y llenarse el pecho de esos poderes sencillos que nos hacen grandes.
La FEA es comunidad por todo eso. Y porque quienes la hacen posible piensan y actúan desde lo colectivo, proponen intensidades habitables, comparten la alegría y el abrazo, ofrecen algo que integrar en lo que cada parte está invitada a sumar un nuevo poder sencillo que haga grande lo común.
con amor
Juan Pablo Cozzi
@pulpaeditora