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Papeles como roles

Bergara / Papeles

(Reseña para Leedor.com

Otra maquinaria se despliega, más subrepticia, tan amenazante como la de Kafka. Es que los personajes de “Papeles” interpretan roles como piezas ínfimas (hasta inútiles) de una ingeniería perversa que es la Comunicación, esa flecha artificial que pretende unir dos o más otredades. Las cuatro secciones de este libro me sugieren, convenciéndome por momentos como por arte de mafia, de que soy también una parte de algo incompleto. Como en el cuento “Un escritor”, donde el que dejó la carrera le diría a esa Ximena de la equis inicial: “es porque sos una pieza sola, no es que te falten piezas, te falta todo el rompecabezas y yo tengo otro dibujo y ya me lo armé”. 
Hacemos –hago– lo mismo con “Papeles”: es una pieza o son algunas piezas de otro rompecabezas increado que puedo hacer encajar por la fuerza en mi dibujo, no sin disfrutarlo como se goza a veces cierta violencia. 
El mensaje funciona no como una revelación sino como una red de consignas, una multiplicidad, y también un viaje hacia adentro, al adentro más incómodo que hay en cada uno de los destinatarios, los que buscan tener sentido, los que hacen tiempo para llegar tarde, los tigres solitarios o los que recuerdan futuros, los engripados y los leguleyos de la lástima, los que dejaron la carrera o son un pedazo de algo, los bibliotecarios bukkakeados y las poetas mujeres, los que olvidan pensando o los que se hacen anagrama de un dolor, los exiliados y los que vuelven. 
Consciente de esto (hasta la desesperación) Bergara arroja sus Papeles al juego sabiendo de antemano que “No se pudo entregar el mensaje siguiente a todos los destinatarios” (estribillo fatal de su cuento “Las heridas de la luz” dedicado a y contestado por Alberto Laiseca). Quizás no por falsa modestia, cuando le comenté a Hernán que había leído su libro, atinó a decir “lo siento mucho”. 
La obra, como dije, tiene cuatro partes. Las tres primeras incluyen los 16 cuentos que la componen, mientras que la cuarta parte es una exhortación al bucle, como ecos de respuestas de lectores formados que vuelven mientras el mensaje todavía está yendo. Paradoja fabulosa que me obliga a repasar los cuentos a los que se refieren. Textos, comentarios y algún poema que leen desde otras miradas lo que fue (o todavía es) Papeles. 
Y en esto de releer siempre hay algo de desplazamiento inevitable hacia adentro, como los lugares mencionados en los cuentos, Buenos Aires, Montevideo, Comodoro, Madryn, La Plata, Trelew, son puntos de vista, posiciones asumidas casi en una geografía dermatológica. 
Hay algo de grito en su mensaje imperial, que está consignado para pugnar ensartarse por un ojo de aguja, para perderse en el aire solidificado que opera entre una voz y un oído. A ese lugar inhóspito –lugar en cada uno– al que llegarán estos Papeles arrumbaremos los que querramos perdernos gustosamente. 

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