Desde que decidí empezar a publicar mis textos en internet experimenté un alud de sorpresas. Esta suerte de supermadriguera que nos enchufa sistemáticamente a un caudal caótico de basura y datos rizomáticos tiene sus reductos y canalejos amigables. Uno de mis túneles preferidos es el que se abre hacia la difusión independiente. Pequeñas editoriales, revistas diminutas, bitácoras lilliputienses, espacios alternativos para hacer públicos trabajos que hasta hace no mucho tiempo parecían tener que debatirse entre la mecánica del Mercado Editorial y el Olvido Absoluto. Estos espacios alternativos surgen en medio de la cosa, no como centro ni equilibrio, no como justa medida ni como mínimo común múltiplo, sino como tangente necesaria, como rayo disparado, como fuga de gas, falla en el dique, equívoco.
Nada de invasiones alienígenas, ni metáforas de la sociedad de consumo, ni alguna otra elaborada diacronía sobre la caída de la civilización. Hagamos una película donde los zombis sean zombis, sin vueltas. Guerra Mundial Z gana cuando hace convivir dos fórmulas que parecen opuestas, pero que se complementan muy bien: 1) Menos es más. (El argumento) Sacando una o dos escenas, en las que para que el relato continúe es necesario darle forma de explicación, la película no se detiene en buscarle la vuelta al asunto de los zombis, ni desde las conspiraciones, ni desde un probable génesis científico. Tampoco se narra poniendo el foco en la supervivencia, cosa que ya hemos visto en otros ejemplares del género. Simplemente se apoya en el saber colectivo acerca de estas criaturas y elabora una interminable sucesión de giros, basados en una misma estructura: el plan A no funciona. Desde esa premisa, el relato podría ser infinito. Voy a intentar explicarlo muy brevemente y sin spoilers. Ha...