Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2010

Imparidad

Lo nuevo y valioso causa en uno la extrañeza suficiente como para parar las antenas y recibir todo su influjo y poder. Acaba de salir, acaso, una obra tan redonda como anudada que dio a luz la neurona enérgica de mi amigo y pariente Nicolás Blum. La obra es impar (y también se llama así), pero me quedo con esta canción que le da sustento y profundidad al concepto del disco. Soporta como estructura invisible, inasible, del concepto de juego y mascarada, de sueño y sobrerrealismo en que se confunden la música visceral y la letra craneada, sopesada meticulosamente. Y me quedo también con la pregunta que me deja la obra: si alcanzan los versos para diluir un engaño o es que se compensa un engaño con otro. Martingala (descargar) Nicolás Blum Amaneció cubrió su cara con la almohada tal vez creyó posible que le guarde las palabras Esta idea absurda del amor era nuestro orgullo en plena batalla no estaré en la mesa de hoy como el arquetipo de tus desgracias En este juego re

Cardo tártaro

Tolstoi / Hadji Murat Un territorio mítico es aquél en el cual florecen relatos hasta de los cardos, y el Cáucaso es, sin duda, uno de estos lugares que nunca dejan de susurrar historias. Nuestro héroe es ese que sabe que es parte de un relato, es consciente de eso y vive cada minuto de su historia como si estuviese siendo narrado al mismo tiempo para todos los tiempos. Es la voz de otro (de un otro múltiple) sonando como cuerpo. Hadji Murat resplandece como uno de estos héroes. Y Tolstoi, por su mismo efecto, se narra a sí mismo, apoteótico, revelado, deslumbrante. Caudillo de jinetes montañeses, firme y brillante incluso en su muerte, me remueve en la sangre el gen de la epopeya, el de querer pelear por él, cabalgar a su lado, morir junto a su sombra.

Mortimer

Los nudillos apoyados sobre la mesada, la boca torcida en una mueca de desprecio, los hombros que le cubren las orejas, y el rayo que se vierte en ángulo desde un sol imaginario hasta una luna psicodélica acurrucada en la espuma de la esponja. Acaba de caerse un vaso de vidrio y no me va a quedar otra que meter la mano en el agua enjabonada para cortarme las yemas con una de las astillas. En un segundo, no bien termino de nacer ya estoy contrayendo alguna infección que borrará de la memoria de mis parientes los hechos más irrelevantes de mi vida. Se imprimen en mi córnea catálogos de actividades que no habré concluido, que nunca empezaré, que no quise contar. Me siento estrangular por un temor a desaparecer, bajo la irrefrenable guillotina de la memoria selectiva de mis parientes. Que sólo se acordarán de obras importantes. Quedará de mí el oscuro mito que inventé para hacerme olvidar. En verdad, seré lo oscuro y un pensamiento que se apaga. Se olvidarán de la tos, del colectivo, de

Cambiar de llanto

De pronto recordé el esquema del ojo y su equivalente analógico, la cámara fotográfica. Pienso en el efecto de la lente a través del cual los rayos de luz convergen y se invierten al pasar al otro lado. Se imprime una imagen invertida en la retina. Si alguien supo poner al lenguaje de cabeza, si alguien fue dueño del ojo en cuya lente converge el lenguaje para invertir los polos del mundo, es este poeta flaco y moribundo que nació "un día que Dios estuvo enfermo" y se llamó César. La imagen repetida una y mil veces en Trilce, el salto por el ojo de la aguja, es este mismo efecto. Poema para ser leído y cantado (César Vallejo) Sé que hay una persona que me busca en su mano, día y noche, encontrándome, a cada minuto, en su calzado. ¿Ignora que la noche está enterrada con espuelas detrás de la cocina? Sé que hay una persona compuesta de mis partes, a la que integro cuando va mi talle cabalgando en su exacta piedrecilla. ¿Ignora que a su cofre no volverá mone

Quo Vadis?

Rojo Estambul (ver) Estambul es convergencia. No es fusión, no es crisol ni mezcla. No se ha amasado ahí la cocina de la cultura como tampoco surgió de La Ciudad un producto final, perfecto, universal. Nada de eso. Estambul no es un camino y no es estrictamente un lugar. Estambul es una dirección, un rumbo, una tendencia. Hacia allí concurren delgadísimas líneas imaginarias que nos conducen y atraen constantemente. Son fuerzas de Newton, sensiblemente fuertes, que nos arrojan hacia un punto inexacto del mundo aunque en dirección precisa. Son flechas de niebla, al parecer borrosas, dispersas, pero su certeza es tanta que no hay quien salga ileso de su alcance. Tensa el arco, cruje una bordona colorada y cientos de saetas invisibles ya impactaron. Abre el diafragma, ronca un pulmón rojo y la máquina se mueve imperceptible y constante hacia su centro. Las canciones ya habían comenzado a moverse antes de verme entrar, como un alfombrado viviente que va deslizándose bajo mis pi