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Cardo tártaro

Tolstoi / Hadji Murat

Un territorio mítico es aquél en el cual florecen relatos hasta de los cardos, y el Cáucaso es, sin duda, uno de estos lugares que nunca dejan de susurrar historias. Nuestro héroe es ese que sabe que es parte de un relato, es consciente de eso y vive cada minuto de su historia como si estuviese siendo narrado al mismo tiempo para todos los tiempos. Es la voz de otro (de un otro múltiple) sonando como cuerpo.

Hadji Murat resplandece como uno de estos héroes. Y Tolstoi, por su mismo efecto, se narra a sí mismo, apoteótico, revelado, deslumbrante. Caudillo de jinetes montañeses, firme y brillante incluso en su muerte, me remueve en la sangre el gen de la epopeya, el de querer pelear por él, cabalgar a su lado, morir junto a su sombra.

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Levrero hipnotista

En lo que sería su última entrevista, grabada a principios de 2004, ocho meses antes de morir, Mario Levrero deja una serie de pautas o bases sobre su relación con la escritura y su concepción del arte. Allí afirma, entre otras consideraciones, que “el arte es crear una especie de máquina de hipnotizar a otra persona para transmitirle vivencias o experiencias anímicas que no se traducen en hechos perceptibles [1] ”. Leer a Levrero supone experimentar esa hipnosis, activar los mecanismos que el autor urdió para hacernos descender a otros niveles de consciencia. Indagar un poco en la naturaleza de ese artificio (valga el oxímoron) nos acerca al concepto de salud esbozado por Gilles Deleuze en La literatura y la vida .   La enfermedad –dice Deleuze– “no es proceso, sino detención del proceso”. Tomemos por caso la novelita Dejen todo en mis manos , cuyo protagonista y narrador, parodia del propio autor, acude a su editor de confianza para publicar una novela porque necesita dinero. Pid

Obrera

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