Rojo Estambul (ver)
Estambul es convergencia. No es fusión, no es crisol ni mezcla. No se ha amasado ahí la cocina de la cultura como tampoco surgió de La Ciudad un producto final, perfecto, universal. Nada de eso. Estambul no es un camino y no es estrictamente un lugar. Estambul es una dirección, un rumbo, una tendencia. Hacia allí concurren delgadísimas líneas imaginarias que nos conducen y atraen constantemente. Son fuerzas de Newton, sensiblemente fuertes, que nos arrojan hacia un punto inexacto del mundo aunque en dirección precisa. Son flechas de niebla, al parecer borrosas, dispersas, pero su certeza es tanta que no hay quien salga ileso de su alcance.
Tensa el arco, cruje una bordona colorada y cientos de saetas invisibles ya impactaron.
Abre el diafragma, ronca un pulmón rojo y la máquina se mueve imperceptible y constante hacia su centro.
Las canciones ya habían comenzado a moverse antes de verme entrar, como un alfombrado viviente que va deslizándose bajo mis pies. Pero las canciones no me transportan, no estoy sentado en una nave roja que me hace visitar regiones y horizontes. Otra cosa está pasándome. Y efectivamente me muevo en alguna dirección. No ofrezco resistencia, será que debo dejarme llevar, mejor cierro los ojos para no marearme.
Acá voy.