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Say my name

Incluso el cáncer, monstruo fantástico de nuestra era, átomo de toda mutación, es insuficiente para justificar la transformación de Walter White en Heisenberg. Nada lo empuja a cruzar la línea de la legalidad, más que su propia elección. 
Ahí es donde se puede individualizar el ladrillito lego con el que se construye el argumento de toda la serie. Una estructura micro que se reproduce de modo fractal: pongo a White frente a una encrucijada, lo veo decidir por el camino más eficaz.  
El foco no está puesto sobre la cuestión moral o la neurosis. Heisenberg calcula las repercusiones en una milésima de segundo y no duda en elegir la fórmula perfecta. La precisión matemática de su pensamiento, al igual que su extraordinaria capacidad de ver por anticipado las colateralidades desencadenadas, le dan la ventaja. 
Él sabe de qué está hecho su argumento. Sabe dónde empieza y termina cada ladrillo. Cómo encastran y cuáles son las posibilidades creativas. Lo ve todo, porque ya se vio a sí mismo suprimido y le ha declarado la indiferecia a lo quieto.

Breaking Bad, Vince Gilligan, 2008

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