
Tal vez eso piensa Jack Shephard cuando mira al horizonte y se sabe eternamente solo, pastor de ovejas y cirujano de supervivencia. Tal vez incluso piensa, mientras se rasca el tatuaje que dice "camina entre nosotros, pero no es uno de nosotros", que la supervivencia también es una excusa obstinada en dilatar la muerte a toda costa.
O tal vez solo lo intuye y no tiene palabras para nombrarlo, porque está quedándose escaso de vocablos, las temporadas han transcurrido en un abrir y cerrar de ojos y ya no hay isla ni náufragos ni osos polares. La memoria colectiva expira profundamente y el binomio padre-hijo concluye para siempre.
Lost, Lieber-Abrams-Lindelof, 2004-2010.