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Inquietud

Esculturas blandas, los muñecos de Soledad Rithner no se mueven pero no puede decirse que estén quietos. Sus formas sugieren (o gritan a voz enmudecida) lo que nadie quiere ver, son espejos deformantes que manifiestan desde su anatomía las relaciones entre lo propio y lo otro: donde lo propio es apenas un cuerpito formulado a fuerza de costura o quizás una bolsa de sentido sin estructura rígida, y lo otro es el espacio que emplaza y ordena, es lo social que me hace sujeto.

La sutura, expuesta y llamativa, bordea los miembros asimétricos como caricias punzantes, pone límite a la vez que enlaza los múltiples tejidos que constituyen una piel desnuda. Sus cuerpos, provistos de apéndices exageradamente largos o sospechosamente breves, pueden tener brazos sin manos, cabezas sin ojos, pitos sin fuerza. Pero siempre, la forma se concibe como una relación de lazos donde lo que las extremidades alcanzan se hace parte del mismo cuerpo.

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