Se me hace imposible desligar ciertos lazos que, a la hora de leer, se imponen como un contexto ineludible, como un epígrafe invisible y único que encabeza determinados textos.
Tolkien y Lewis, creo, abanderan la lista de matrimonios literarios.
No me interesa ahora entrar en la simbología filosófica ni en su baluarte del relato mitológico y esa combinación inmejorable de paganismo y cristianismo.
Me detengo apenas en una observación (porque de eso se trata Bastardillas), sobre los mapas que siempre contienen más territorialidades que superficies.
El creador de Narnia sitúa la Nación de Aslan en el límite oriental del mundo, tras una imponente cortina de agua. En cambio, el autor de la Tierra Media ubica las Tierras Imperecederas en el extremo occidental. Esta diferencia es quizás menos radical de lo que aparenta, pero no puedo dejar de ver en el primero la alusión a un amanecer espiritual siempre postergado, mientras que en el segundo se trata de la melancolía de lo que se ha terminado.
Y no está de más señalar que me quedo con el lento ondular de un navío que se pierde en el mismo horizonte donde se pierde el sol.