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De la bóveda sixtina

Capta mi atención. O freno o choco. Pero una desnudez vinílica reptó en los pliegues del muro de ladrillos hasta ser la descomunal ninfa urbana que ya no podré dejar de amar. Hay eso de vértigo por lo efímero. El peligro del olvido, de que el afiche y el engrudo enchastren su cuerpo con esa lascivia célibe que impone la publicidad. Y a la vez, la irrefutabilidad: lo escrito en la pared no es paisajismo, es paisaje.

Rapta mi atención. Y me transporta en un enjambre de abejas (como palomas al Principito) a una ciudad de Graffiti, donde las casas son cuerpos, las puertas ojos, las ventanas bocas y toda la materia es penetrable. Como mi ninfa.

Las bocinas me solicitan avanzar, admiro el trabajo de Lean Frizzera y, por un segundo (pestañear es saltar a otro mundo en un segundo), soy ciudadano de ese suburbio sintético al que sé que volveré en la otra esquina o en la otra.


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