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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Ruido Blanco

(Con su permiso, Sagan) Fiel al despropósito de estar sola en el mundo, Eleanor pone toda su atención al silencio. Casi como por fuerza de su propia voluntad, resulta que hay ruido allá fuera. Como si al cerrar los ojos, comprimiendo con párpados pesados el poco mundo que la rodea, fuese capaz de dar vida en el vacío. Y eso que viaja desde el extremo cóncavo de una galaxia no es sino el mensaje de la niña que volvió la frente a las estrellas para dejar de oír el canturreo inhóspito de los sapos y los grillos. Se ha encontrado una cigarra en la nada y la ha hecho suya, como si no lo fuese (suya, digo), como si no fuese su ceño fruncido el demiurgo de toda vida extraterrestre. Contact, Robert Zemeckis, 1997 

De la bóveda sixtina

Capta mi atención. O freno o choco. Pero una desnudez vinílica reptó en los pliegues del muro de ladrillos hasta ser la descomunal ninfa urbana que ya no podré dejar de amar. Hay eso de vértigo por lo efímero. El peligro del olvido, de que el afiche y el engrudo enchastren su cuerpo con esa lascivia célibe que impone la publicidad. Y a la vez, la irrefutabilidad: lo escrito en la pared no es paisajismo, es paisaje. Rapta mi atención. Y me transporta en un enjambre de abejas (como palomas al Principito) a una ciudad de Graffiti, donde las casas son cuerpos, las puertas ojos, las ventanas bocas y toda la materia es penetrable. Como mi ninfa. Las bocinas me solicitan avanzar, admiro el trabajo de Lean Frizzera y, por un segundo (pestañear es saltar a otro mundo en un segundo), soy ciudadano de ese suburbio sintético al que sé que volveré en la otra esquina o en la otra.

El legado de Gabriel Rondau (2)

A Pablo Schipani Se llamaba Constantino Echeveste, de profesión inventor. Su último artefacto patentado (aunque artefacto es un término inadecuado) era una especie de casquito de alambre con broches sobre las orejas especialmente adecuados para sostener una gran cantidad de papeles (media resma de cada lado, por poner un ejemplo). El inventor profesional, quiero decir el que se dedica a inventar, no es en esta época una persona tan prestigiosa como pudo serlo en el siglo XIX. Puede decirse que hoy se patentan más ideas geniales que automóviles, o incluso salen más nuevos inventos que blogs. Y por supuesto que ya nadie revisa con seriedad los argumentos o los mecanismos de un invento, ni siquiera sus proyecciones prácticas. Se patenta el nombre de una idea, mientras que su contenido y funcionalidades quedan para siempre olvidadas en un sobre lacrado y en la mente hipocondríaca de su creador.  La policía encontró restos de papel y masa encefálica en los azulejos del baño. L...

Hasta los montes llegué

El espacio, últimamente, se me viene figurando como el comodín de las metáforas. Adentro, afuera, atrás y adelante no son menos que razones universales (de tan relativas) que se parecen a todo lo que se intente decir, pensar o traducir. El lenguaje mismo consiste en lugares y entramados. Incluso la razón (como la mitología) dispone en términos espaciales todos sus argumentos.  Pero de todos los lugares posibles, me quedo con los que se desdibujan en el doblez del mapa. Los recónditos y legendarios de los que ya no se puede decir con certeza de qué lado del espacio están. Como la Salamanca. Fortuna, Fama y Poder (escuchar) Peteco Carabajal (1991) Buscando la Salamanca hasta los montes llegué fui pidiendo para mí fortuna, fama y poder. La noche envolvió mi sombra antes del amanecer. Un gallo con plumas de oro cantando me abrió un portal allí dentro pude ver los pájaros despertar con sus trinos me enseñaron a sentir la libertad. Yo soy el árbol más viejo que ex...

Siete por tres

La edición de Minotauro de La Naranja Mecánica (6ta ed., 2010) incluye una introducción firmada por el propio autor en noviembre de 1986. La nota consiste en una brevísima monografía de estilo confesional, donde el autor (que ahora respeto más) nos revela con toda sinceridad que su novela apesta. Como paratexto lo veo inmejorable: ...Es altamente probable que sobreviva, mientras que otras obras mías que valoro más muerden el polvo... Después de lamentarse por el deber de continuar publicándola, relata sus desencuentros con el editor norteamericano y las dificultades de interpretación, por la exclusión del capítulo veintiuno en el que el antihéroe completaría su pathos heroico. Me pregunto: ¿Qué hay de lícito en esa intromisión? ¿Qué clase de poder puede tener un autor sobre lo escrito? El mismo hecho de tener que escribir esa introducción, en la que hasta parece disculparse por el uso del lenguaje nadsat, nos da el pie para desautorizarlo.  Ya nada tiene que ver Anthony Bu...