Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2011

Noche moebiana

Murakami / After Dark Damos la bienvenida al ojo. Al punto voyeurista que sobrevuela y socava, intangible como un espectro, todo el hormiguero que ha construido Murakami para nosotros. Pasadas las horas del día, empieza el incierto paseo nocturno. Mari traza un arco desde el pie de la noche hasta el amanecer, confundiendo de la mejor manera los lados de la cinta. La oscuridad abre este camino, o mejor: deja caber las posibilidades. Estar de un lado o del otro (de la habitación, de la pantalla, del relato, del ojo observador) ya no depende de nosotros ni de ella, sino de una voluntad caprichosa y sin nombre. Obedeciendo a sus designios es que entramos y salimos del texto con la sensación de que ha pasado nada y muchas cosas, y el presentimiento de que tal vez sea posible aparecer de pronto en otro lado. Tal vez no haya sino lados posibles enredandose entre sí como la cinta en el pasacaset de mi auto.

El pájaro que muere hasta cantar

A Nicanor Plaf Cara de Pájaro espía desde un andamio que cuelga del techo de The Paradise. Su mirada hemisférica se posa sobre el monigote que ostenta glam y rock en el centro del escenario. Pero Winslow –cuyo nombre empieza y termina con la W de su creador– es un Fausto pentagramado y todavía cree que su poder no ha mermado con la firma del contrato. Se obstina en creer que sobrevivirá a los cisnes y a los payasos, pero mientras tanto se vuelve fantasma vengador, y juega a que todos le deben una. Interpreta su papel como un maestro, cumple su venganza y su trágica apoteosis.  Tal vez sí sobreviva (quién te dice), pero habrá pasado su tiempo con un casco de pico puntiagudo que le abocina la voz y le oculta algunas teclas del piano: es difícil precisar si las blancas o las negras. Phantom of the Paradise, Brian de Palma, 1974

Acertijos en la oscuridad

Tolkien / El Hobbit Completando el primer tercio del viaje, el mapa nos devuelve el episodio inolvidable en que nuestro Hobbit compite con Gollum en un certamen de acertijos. El resultado es una imagen profundamente plástica: sobre un fondo negro, dos cosas brillan tenues, una hoja de Gondolin y los ojos verduscos de la criatura; dos deseos compiten, la necesidad de retomar el camino, y el hambre despierto; dos realidades se reflejan en el material de la confrontación, el placer de la comida y las cosas buenas que propone Bilbo, frente a los elementos oscuros que plantea Gollum.  El procedimiento tolkieniano que se repetirá en toda su obra como un patrón, como la proporción de la que están construidas todas las cosas. Es su ladrillito Lego, con el que puso un mundo en pie y otro mundo de rodillas. "El pobre Bilbo sentado en la oscuridad pensó en todos los horribles nombres de gigantes y obros que alguna vez había oído en cuentos, pero ninguno hacía todas esas cosas. Tenía el ...

Bebe el sol que huele a duende

Algunas confusiones folklóricas hacen nacer mitos híbridos. Eso que la literatura oral tiene de inobjetable, los nombres de los héroes, la pinta de los monstruos. En este caso un gran sombrero amarillo, como lo describen relatos guaraníes. Pero desde cuándo está este monstruo del verano y la siesta! Su sustancia no es comparable a la del duende celta, nórdico, ario que se propuso ser todos los duendes. Es más parecido al sátiro de la mitología griega. Sin embargo, a mí se me hace un vampiro invertido: su territorio es al pleno rayo del sol y su trabajo implica no la muerte sino la gestación de una vida no deseada.  María Va Antonio Tarragó Ros (1977) Mirar rasgado, patitas chuecas, María va, pisando penas, la arena ardiente, María va, calcina el monte un sol de fuego, María va, temor Pombero, palmar estero, María va. Quiso la siesta ponerle un niño a su soledad, de trigo y luna y de su mano María va, por el tabacal, tu paso, María va, y se bebe el sol que huele a duen...

Velas azules sobre el mar muerto

Bradbury / Crónicas marcianas Algo ha terminado de quebrarse como al crujir de los pasitos de unos niños que juegan a chapalear entre cadáveres secos como si lo hicieran sobre hojas otoñales. Marte es tierra desierta. Lo lamentan los mares de arena y las ciudades muertas con un quejido mudo. Lo saben los fantasmas telepáticos. La cultura es la huella que dejé en la arena antes de que el viento la deshaga. Marte es elegía y soledad. Bradbury no quiso que fuera la utópica órbita en la que resplandecen héroes y villanos. La rapsodia marciana es un suspiro apagándose, un réquiem de todo lo que muere y puede morir. Al cerrar el libro, el intruso extravía la mirada en un horizonte ficticio. Sabe que también terminarán en Marte algunos de sus sueños. Si no todos.