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El verano del cohete

Tanto la crónica como el diario o la bitácora son tipos discursivos que solicitan un paratexto en común: la fecha. Este elemento, que finge con mejor imprecisión la ubicación temporal de los sucesos narrados, es al mismo tiempo una señal de irrealidad. Como el insecto que se camufla para darse a conocer, la fecha es verosimilitud. Y no hay nada más inverosímil que la similitud.
Crónicas Marcianas se divide en capítulos y fechas, arrojadas con una vaguedad aparente pero que no se despegan de lo que en su siglo fue sinónimo de bisagra y de futuro, el año 2000. Aporta al texto lo que las conjugaciones verbales no le pueden dar: un entorno de misticismo en el que se pueda jugar con la ironía, un territorio temporal (que es atemporal) para desertar de la anticipación científica y la sensatez utópica.
Hoy tenemos 2012 en nuestras narices.

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Nada de invasiones alienígenas, ni metáforas de la sociedad de consumo, ni alguna otra elaborada diacronía sobre la caída de la civilización. Hagamos una película donde los zombis sean zombis, sin vueltas. Guerra Mundial Z gana cuando hace convivir dos fórmulas que parecen opuestas, pero que se complementan muy bien: 1) Menos es más. (El argumento) Sacando una o dos escenas, en las que para que el relato continúe es necesario darle forma de explicación, la película no se detiene en buscarle la vuelta al asunto de los zombis, ni desde las conspiraciones, ni desde un probable génesis científico. Tampoco se narra poniendo el foco en la supervivencia, cosa que ya hemos visto en otros ejemplares del género. Simplemente se apoya en el saber colectivo acerca de estas criaturas y elabora una interminable sucesión de giros, basados en una misma estructura: el plan A no funciona. Desde esa premisa, el relato podría ser infinito. Voy a intentar explicarlo muy brevemente y sin spoilers. Ha...

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