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La mirada oblicua

Concebidos como marcas limítrofes, los colores (o tipografías, depende la edición) en La Historia Interminable de Michael Ende no dejan de ser redundancias. Es que el libro que B.B.B. robó de la tienda de K.K.K., ya aparece pintado en rojo y verde alternativamente. Y al menos tres niveles, como la cámara multiplano de Walt Disney, empiezan a darle al libro la profundidad metaliteraria que reclama su mismo argumento. Pero, como toda marca textual, se queda corta, son dos colores pero tres niveles, que podríamos elevar al cuadrado si representamos al lector del lector, al personaje del personaje y al mismo libro que está en mis manos y en las manos de Bastián. Puesta en abismo, superposición de espejos, o lo que sea.
Otros paratextos de esta obra son de similar calibre, las letras capitales que van de la A a la Z, los nombres de los personajes, el Aúryn de la portada. ¿Pero de qué color debería ser la letra de los capítulos en que B.B.B. camina por Fantasía como un demiurgo terrible?
Tengo la sensación de que alguien lee mis pasos bicolor. De algún modo, solo puedo ver a Bastián como él ve a Atreyu, un poco por encima del hombro, más chiquito y más abajo que yo. Como si lo sobrevolara.
A veces, cuando el sol pega oblicuo en la vereda, creo ver la sombra de un lector coloreándose en diagonal a la mía. Varias veces volví la vista hacia el sol, sin conseguir más que un golpe repentino de ceguera o deslumbramiento.

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