Mi casa se hunde. El agua llegó desde el Este como una mortaja piadosa que lo cubrió todo. Ya nada me pertenece, ni la planta sembrada por Utnapishtim en el fondo del océano, ni el living en el estómago del Gran Bacalao.
Cansado de la angustiosa repetición de la literatura, no hay demiurgo que me saque del tedio y la desesperación. No hay más bifurcaciones por aquí, los senderos desembocaron en una dársena muerta.