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Mostrando entradas de enero, 2011

Loop

Cada vez que Míster Anderson despierta, suena la bocina de un camión que, como dominó sonoro, despierta las voces de las demás bocinas de un embotellamiento. Parece que cada campanazo estuviera gritando ¡Despertáte! como si se tratara de un sueño dentro de un sueño dentro de otro. Míster Anderson desconoce los músculos de su abdomen porque nunca llega a sentir ese hambre con el que uno suele amanecer, aunque bien trabajados están ya que su única actividad (hace siglos quizás) es despertarse sobresaltado e incorporarse en la cama. Una y otra vez, como una serie interminable de ejercicios abdominales. Cuando cree ya estar despierto del todo, el sonido de las bocinas se vuelve líquido hasta parecer un eco proveniente de un sueño. Y no termina de acostumbrarse a ese bienestar, que ya está despertándose otra vez, como impulsado por un resorte, emergiendo a esta otra realidad en la que la bocina de un camión comienza el coro urbano. De todas las versiones del Mesías, este era uno que quedó...

Goteras

Mi casa se hunde. El agua llegó desde el Este como una mortaja piadosa que lo cubrió todo. Ya nada me pertenece, ni la planta sembrada por Utnapishtim en el fondo del océano, ni el living en el estómago del Gran Bacalao. –Tendré que inventarme otro Diluvio, doctor, uno menos hipertextual.  Cansado de la angustiosa repetición de la literatura, no hay demiurgo que me saque del tedio y la desesperación. No hay más bifurcaciones por aquí, los senderos desembocaron en una dársena muerta.

Puros ambages

Nadie que se haya aventurado a los ambages (a los de César Fernández Moreno, por ejemplo) puede negar su poder condensado, su capacidad proyectiva y creativa. Es que a partir de uno de estos extractos puede nacer una monografía, un ensayo, una tesis de doctorado. Sólo que no les hace falta. El microensayo se despoja del lastre académico, de las citas de autoridad, de los ejemplos esclarecedores, de las hipótesis y redundancias. Pero su contundencia no radica en su brevedad, sino quizás en su potencia de despliegue y refracción. Como si se tratara de origamis invertidos, cuyas alas pueden desplegarse hasta el infinito. No hace mucho descubrí a Alicia Poderti, quien ha sabido labrar en ambages un gran ensayo sobre los discursos culturales. Ver su bibliografía | Descargar Ambages

Esa es la cuestión

En tiempos en que lo micro y lo breve se impone por recorte, por parcialidad, por el collage de información a la que sometemos nuestra delicada capacidad de atención, parece imposible dar el salto a la epopeya, a la tragedia, a las interminables novelas decimonónicas. Incapaces de afrontar el texto largo, el camino difícil, la guerra y la paz, creemos que todo es resumible, microcontable. Y elogiamos la brevedad hasta en el "ser o no ser" de Babasónicos: Deléctrico Dárgelos / Castellano Cuando "no" significa no me pregunto: ¿cuán necio puedes ser? digo qué parte de "no", no entendés. Va a venir no va a venir o va a venir Delectrico.

Usura

Sólo eso faltaba. Que hasta el último hálito del espacio racionado haya sido fumado con sus finas (in God) y verdes (We trust) hebras incinerándose en el hornillo de su pipa. Pateó el canasto de los residuos y los bollos de papel se escandalizaron sobre la alfombra sucia y poblada de ácaros y diminutos arácnidos dorados. Hizo un garabato sobre los papeles y ya estaba hecho. Ya no tenía nada. Nada de nada. Y se asomó al balcón para observar desde la altura. Si cayera desde aquí a lo sumo me rompería una pierna; con suerte caería de cabeza y una fractura de cara me hundiría todas las muecas en el cerebro, aplastando toda idea de vida en la que me obstinase. O si la suerte se presenta más decididamente aún en mi contra, me quebraré la columna y engrosaré las filas de los paralíticos que venden esas boletas de lotería que no tienen sabor a tabaco. No había más muebles en esa pieza de alquiler, salvo el tacho y un revistero viejo. Aunque el baño estaba casi completo. En ese mismo espejo,...

Paradoja

No seremos tan necios de pensar que el tiempo solo existe para el que monta un Delorean. Para la subjetividad de Marty, sus padres se transformaron, mágicamente en una exitosa pareja, gracias a su aporte de ochentoso cool. Pero nadie se pregunta qué fue de esos pobres mediocres y aburridos que conocimos al principio de la película. Pues bien, a ellos se los comió una ola blanca, un tzunami que venía remontando desde 30 años atrás, pulverizando todo lo que habían tocado el viajero del tiempo y su traje antiradiación. Sucede la implosión primero y la explosión después, retuerce metales y cristales, degrada las partículas y alterna protones con neutrones y electrones. Y después de ese tormentoso enroque existencial, queda el desencorvado George que porta su raqueta de tennis y pellizca el culo dulce de Lorraine. Nada de angustia. Nadie llora a los verdaderos padres muertos. Back to the future, Robert Zemeckis, 1985