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Negro de pizarra

O la lucidez metonímica

Es más bien un despertar a tientas. Ese momento en que lo que estamos leyendo comienza a dibujarse en nuestro espacio imaginario pero todavía no se ha formado del todo. Con ciertos autores experimento una extrañeza agradable, un placer en eso oscuro e indefinido que no ha cobrado su forma transitoria ni definitiva. Esas primeras páginas que no parecen nada, donde no sabemos quién habla ni cuándo nació, ni qué edad tiene ni en qué idioma está hablando con quién. Esas calles sin extras y sin nombre, casas que son tal vez una pared, o un techo solo, partes de muebles y de cosas que apenas aparecen porque son nombradas por una voz que todavía no asumió sexo ni tono de gravedad. Su volumen es el de una hoja apenas desteñida por el tiempo.
Quisiera que esta novela no empiece nunca. Que nunca sepa cómo se llama el que acaba de salir a esa calle. Que nada cobre su forma.
Que todo sea la inespecífica sugerencia que me incomoda amablemente.

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