A Maulera di Guapa
De chico imaginé al noemí adentrándose trabajosamente en su madriguera. Era seguramente un agujero hecho a fuerza de apretujones y roces de hombros contra tierra, rizos duros contra guijarros. Levantó la cabeza y me vio antes de sumergirse como si la tierra fuese un caparazón inmenso y todo su cuerpo la cabeza de una tortuga con dientes de roedor. Porque un noemí es un roedor, sin duda, un poco más chico que el carpincho pero más grande que un cuis.
En un estado entre contemplativo y rapaz, despejé de hojas secas el suelo y me senté a observarlo con más cuidado. Abrí mi cuadernillo de entomólogo y escribí NOEMI en la cabecera de la hoja, junto al dibujo del Escarabajo de la Mierda. Dibujé con carbonilla un arco de rulos, un par de ojos, una nariz y una boca pintada. Tus hombros como de estatua, brillantes de mármol, tus tetas que me miran (con pezones que apuntalan) como si yo fuese la presa que trata de ocultarse entre las paredes de la tierra estrecha. Dibujé con desesperación una cintura fina y un par de piernas entreabiertas.
