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Mostrando entradas de octubre, 2013

Coronación

Un tablero, con sus piezas en posición inicial, nunca es algo quieto. Está a la espera de un desequilibrio, ya que todas las fuerzas están en juego aunque no haya jugadores. En esa estática están implicadas todas las jugadas posibles. De todas las limitaciones y los permisos del ajedrez (sus reglas propiamente dichas), hay una excepcional que quiebra cabalmente con la equidad de las leyes: la coronación de un peón. Este evento implica el despropósito de la resurrección de una pieza eliminada, o lo que es peor, su reduplicación. Importa un desequilibrio más inquietante, una superstición fantástica, que tiene de revolucionaria lo que los jugadores   tienen de conservadores. Lo que el peón no advierte ni advertirá nunca es que su investidura jamás será una metamorfosis, sino algo más parecido a un enroque metafísico: ya que su cuerpo glorioso, adornado de falsos laureles, será desplazado al margen del esquema para ser sustituido por el maldito zombi que vendrá a imponer su fe en e...

Angina de pecho

Un padre hipertenso engendra un hijo híper tenso. Algo coherente con el narcisismo hereditario. No es cuestión de genética, esa ciencia de lo inevitable que traza árboles familiares para cada patología.  Sospecho que es en lo falible de la ciencia donde habita lo posible. Ahí donde intenso e intencionado suenan igual. Pero no todo está perdido. Poner al lenguaje a desactivar dispositivos es un acto de desobediencia genética, a la vez que sugiere un ejercicio de libertad plena.   Condicionado a aparentar una erección perpetua, adopto un camino huérfano, el de la languidez. Me vuelvo permeable, esponja, lengua, y la sangre corre. El(h)ijo no morir en un ataque de hipo, ni de inflexibilidad Que mi muerte ocurra en un fluir apacible, dejándote correr adonde se te antoje.