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Mostrando entradas de abril, 2011

Pirueta y pantomima

Entre todos los lectores escritores sobresale Don Miguel de Unamuno, a quien agradezco cada tanto el nombre de este blog, como el mejor paratextista que ha existido jamás. Y es que, si paratextista fuera un término válido, su trabajo consiste en confundir e indefinir, tal como le hace decir a su propio Victor Goti que es quien suscribe el prólogo a Niebla. Unamuno propone un borramiento de los límites entre texto y paratexto, entre autor y personaje, incluso entre lector y autor. Y lo hace desde un lugar seriamente lúdico, abortando las seguridades binarias realidad-ficción, mentira-verdad, seriedad-humor. Es que se puede ser en serio y en broma, dice, y a mi entender se debe. No todo es lo mismo, justamente es la heterogeneidad la que permite indefinir. Confundámonos.

El traje del emperador

Nadismo lleno. Como el bicho que se camufla para hacerse ver, acá un nudismo que es disfraz de vacío. Pugnamos posar significantes, pero espejos como este nos revelan desprovistos, signos truncos, sombras de un eclipse sin satélite. Desnudos Gabo Ferro (1996) Todo momento feliz fue tranza. Perdón, pero solo quise lastimarte. Hagamos un trato lleno de desconfianza. Seguime, tenés lo poco de tristeza que me falta. Si algo mío te sirve, usalo para envidiarlo. El espejo es mi amigo. Me muestra al enemigo. Todo lo quieto es pasado y vivimos en el desierto de la miseria que gobiernan las cosas. Bienvenidos a la prehistoria del engaño. Mostremos todo lo sucio para lavarlo. ¡Ahora si, ya... estamos desnudos! Dios, vos y mi intención.

Elogio de lo prescindible

Decir ese libro ya lo leí no es menos necio que decir ya probé el café . Tomar café es una experiencia que exige cierta recurrencia, más si es un buen café. Rayuela se lee y se relee. La primera vez, obedecí al segundo libro propuesto por el escritor que no sabía pronunciar la erre, ese que empieza por el capítulo 73 y acciona la desesperante maquinaria de desarmar un texto. Si bien, sospeché desde el principio que esa era la forma en que el autor quería que yo leyera su novela, hubo al menos una segunda vez en que volví sobre estas páginas para dedicarme exclusivamente a los Capítulos Prescindibles. Éstos son los que tenían el sabor del café y el tabaco al que se quiere volver noche tras noche. Mi ejemplar tiene páginas dobladas, marcas en lápiz y en birome, tachones respetuosos sin fecha que dan cuenta de numerosas y erráticas reaperturas. El capítulo 66 está marcado dos veces. No contento con el primer subrayado en lápiz, me obligué a poner un gran corchete de bic azul dentro de...

La danza intermitente

Mientras espera que sus pulmones intangibles se llenen de aire o de esperanza, cierra los múltiples ojos y trae a su mentecita el recuerdo de aquél ritual de apareamiento que la había deslumbrado. Gozaba de sus movimientos, de su vuelo oscilante, del zumbido excitado, como si de eso se tratase existir. Ya recuperado su aliento, agitará cada músculo de su cuerpo para librarse del encordado viscoso en el que quedó atrapada hace un día –o una vida–. Se esfuerza, zumba, chilla descontrolada hasta vaciarse otra vez de energía. Al ver que se acercan los ocho muslos peludos, toma aliento lentamente. Y es difícil precisar si lo hace para un nuevo intento de escape o para recordar en paz la danza que todavía le llena el pecho de vida.