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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Mise en abîme

A la señora de los pasillos Criatura inconveniente como pocas, un cetáceo no es la clase de pez que uno tendría en la pecera. Un teriólogo ofendido objetaría ahora que la ballena no es un pez, y la discusión se tornaría más álgida al entrar en el tema odontológico. Sin embargo, parecería cuestión de embarcarse en el acomodaticio oleaje de la metáfora, para descubrir que tal vez ni siquiera se trate de una criatura. Se destaca, eso sí, su tamaño y por ende su relativa importancia. En cuanto a su capacidad oniromántica, queda totalmente refutada y fuera del temario: el lenguaje es una máscara cóncava. Soñé (escuchar) Jesusa Rodriguez / Liliana Felipe (2002) Soñé que se me caían los dientes soñé que mis dientes enormes como submarinos se iban al fondo del mar. Soñé que los peces que duermen aquí entre mis dientes soñaban que eran mis dientes y que se caían y siempre soñando soñé que entre sueños soñaba que se me caían los sueños soñé. Ustedes comprenden soy una ballena q...

Valiente nuevo mundo

Huxley / Un mundo feliz Historia y Literatura son tabú en el mundo del tótem mecanizado. Donde el cuerpo social es un autómata que repite incansablemente un presente sin frutos ni raíces, ni siquiera el tramado errático de un rizoma. Para Huxley, el futuro es un presente necio. Donde decir padre resulta tan escatológico como la historia de la palabra, o decir madre evoca la obscenidad de la historia del cuerpo. Ese es el mundo valiente ironizado, donde no hay nada a qué atreverse y el deseo es abolido, porque la falta es abolida. Como en toda gran antiutopía, reconozco lugares que habré habitado, voces que creo recordar de otras formas de hipnopedia, tabúes y malas palabras que me fueron dadas subrepticiamente, en forma de goteo incesante bajo la almohada. ¡Ford! Y la recalcada matriz de su modelo T.

Otro vaso de bazofia

Toole / La conjura de los necios El mamarracho impone una especie de incomodidad productiva. El artista esperpéntico parece haberse atrofiado en esa forma de mirar. Mayormente es fingido, pero aterra su ojo prismático como si se tratara de una anamórfosis monstruosa. Lo que hay de expresionista en el grotesco es ese abovedamiento, la caricatura que ejerce su poder despectivo y, a través de él, como Ignatius Reilly sospecha, invierte la propia conspiración logrando que todo parezca obstinado en torcerme a mí, en quebrantar mi geometría y mi teología. Me provoca una tortícolis contagiosa, una mueca a mitad de camino entre la risa y el estornudo. Caballero mongoloide, ha escrito usted (sin cuidado) una auténtica distonía.

Bifurcaciones del paisajista

Con la mueca irónica de quien ofrece alguna pista para disipar un acertijo, Borges impone sus condiciones de lectura. Prólogos sucintos articulados por negaciones y divergencias, tal es el caso de los dos prólogos que vemos en Ficciones, por nombrar un caso que sirva de ejemplo. Salto al laberinto confiando mi integridad e inteligencia a ese huso de Ariadna, como si al resolverlo me volviese más grande, más sabio, más heroico. Y no. Con suerte, ese hilo también fingido me dé lo mismo que el enigma de la esfinge le dio a Edipo: la entrada a un problema mayor e irresoluble.