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Mostrando entradas de agosto, 2011

Conservas en ambar

Haber sido mosquito jurásico. Grande para ser mosquito pero ínfimo entre los titanes reptiloides, procuró valerse de una buena dosis de humor y hemoglobina inflando su fuelle hasta el límite de sus capacidades. No pudo volar muy lejos en estas condiciones; y si soñaba con poner sus huevitos en la bella araucaria, no pudo cumplirlo porque la resina es tan atrayente, tan pegajosa. Agotó sus últimas moléculas de oxigeno mientras luchaba remando a seis brazadas en la miel de los pinos. El aire se acaba, pero sus ojos, vidriosos en el ámbar fosilizado, nunca dejaron de ver. Así vio pasar generaciones de cocodrilos y tortugas, peces mamíferos caminando en la playa, enormes ratas de pelo negro, simios humanoides y hombres simiescos. Hasta que el ojo capitalista de McPato o del viejo Hammond vio al tiranosaurio a través del ojo del mosquito. Hoy descansa su mirada, finalmente, y su cuerpito de momia-insecto ya es constelación entre los grandes, porque será siempre como ahora, el Padre d...

Mecánica del bucle

El aire epigráfico de los versos que pone JP Donleavy al final de cada uno de sus capítulos es uno de los elementos que funcionan mejor en su narrativa rizada. Son bucles reflexivos que obligan a volver sobre el texto, como lo haría una rampa de ciento ochenta grados que nos devolviera de un salto a recorrer la misma pista pero de cabeza. Pero no creo que este efecto se logre con cualquier frase contundente y condensada, con ningún broche de oro. Hay un préstamo con cierta irreverencia, una perfecta canallada literaria, que es el verso inserto en la prosa, pero ya no como discurso referido (que es como solemos ver presente a la poesía en una novela cualquiera) sino como paratexto. Puesto ahí, después de la última inelegancia o la última línea recta, el verso aparece para desordenarlo todo y enriquecer el contenido porque se trata de otro prisma, de otra lente, de otro filtro.

Cuadrado de los catetos

Sentado en su bañadera, hundiéndose lento y majestuoso como Febo en el océano, el maestro Sol recuerda la anécdota de Arquímedes: la clave está en la mujer. “Tomáte un baño”. Es una cuestión de perspectiva, como si la mujer tuviese una mejor capacidad para tomar distancia del problema. Pero Arquímedes, a punto de ahogarse, mira el color del agua desalojada y razona que tal vez su mujer sólo quería por una vez acostarse junto a un cuerpo limpio. Max Cohen no se baña hace meses y se cree más cerca de Pitágoras, aunque en realidad solo se bañó una vez, como Heráclito. Cada mil años, un matemático pone el tacto en el agua, que no por casualidad y no por capricho tiene por símbolo un triángulo con el vértice hacia abajo. Pi, Darren Aronofsky, 1997

La simetría perdida

Dejar de ser árbol y raíz. De eso se trata, deformarse hasta hacer rizoma con el fondo. Como el monstruo-alfombra que habló José Watanabe y que, no por casualidad, se llama lenguado, camuflándose de idioma el nombre. Como en esta todavía tibia canción de Acorazado Potemkin. Desert (escuchar) Juan Pablo Fernández (2011) Soy lo gris contra lo gris, mi vida José Watanabe Andá decile al Indio que acá no va a encontrar azúcar para su pursang Acá no hay más pedal, no hay nada más que un mail que explica el amor a los cactus y el reloj, siempre corriendo Pero viste cómo es acá, igual, nunca falta nada ni se cae, ni pasa, ni queda, ni sobra nada. No hay un sobre que le escapa al doberman que grita: "No hay más nosotros" y yo: siempre en la puerta... Sueño el mismo sueño, vos sabés. Que nos explota en las manos. Una noche prendí fuerte la televisión así nadie preguntaba nada. Y la pantalla atrajo mil insectos voladores, de todas clases y se armó ...

Falacia del espantapájaros

Aira / Varamo Nuestro poeta es material mitomaníaco. Y Basta con insinuar la chispa para que la dinamita explote. Como si decir "fuego!" fuese en verdad lo que acciona todos los gatillos al unísono. De esto también trata Varamo: hacer decir . No como dicotomía, sino como construcción. Y lo mejor de César Aira está en el desocultamiento de los procesos narrativos, el andamiaje es mampostería e infraestructura, decora y sostiene. Como la palabra, como la literatura. Por eso tiene que ser un poeta y no un novelista, porque es en la poesía donde la palabra adquiere esa impostura arquitectónica y no necesita disfrazarse de otros modos discursivos.

No ser eso: Fairy Tale

Donleavy / Cuento de hadas en Nueva York Tal vez también soy narrador de este cuento desde el que otro narrador me habla de un tal Cornelius Christian y de sí mismo como si constituyesen un único relato. Así escribe Donleavy, alternando primera y tercera persona, y lo que consigue (para espanto de académicos y talleres literarios) una prosa más que fluida, en la que soy invitado a perderme lector, a confundirme hasta sexualmente entre estos personajes acidulantes y americanos. Cornelius se pasea entre paisajes de lo más infrecuentes con total naturalidad. Infrecuentes para cualquier lector que no sea neoyorquino, boxeador amateur, irlandés y/o maquillador de muertos. Y el autor consigue desencriptar ese mundo con una fórmula sencilla aunque no rudimentaria: “nada importa demasiado”. Ni yo que soy narrado y narrativo, ni él que es relato y relativo.