Diario #3 - La cisterna y el manantial

La cisterna contiene, el manantial rebosa.

William Blake


Hubo un tiempo (creo que muy breve) en el que muchas y muchos de quienes nos dedicamos a escribir incursionamos en la autopublicación digital. Los blogs ofrecían un espacio sin intermediarios, de una escritura fresca y periódica. Cada quien elegía cuánto tiempo dedicarle a la composición del blog, a la edición propiamente dicha. Conocí sitios lindos de navegar, algunos más estructurados que otros, algunos mejor organizados que otros. Algunos imitaban revistas, otros improvisaban blocks de notas. Hubo blogs caóticos en los que a veces estaba bueno perderse y también blogs minimalistas realmente muy bellos. Las redes sociales, que fueron condicionando de alguna manera nuestro modo de relacionarnos con los contenidos, finalmente reemplazaron estos dispositivos de lectura por algo que llamaron micro-blogging. Los mediatizaron, por así decirlo, cumpliendo así con su único objetivo. 

No pretendo hacer de esto una especie de elegía o lamento fúnebre. No me gusta la melancolía ni hablar de cosas en tono Kevin Kevin Arnold en Los años maravillosos. Lo que sí quiero rescatar de aquello es la idea del tiempo que una persona puede dedicarle a presentar, a embellecer, a mostrar lo que hace, de la manera que le salga hacerlo. Porque publicar es eso, ni más ni menos. Es encontrar o hacer el puente entre una obra y una mirada.

Ahora bien, prescindir del trabajo del editor no es un logro en sí mismo. Son los intermediarios los que muchas veces van pavimentando el camino que recorren las personas que escriben y esto puede ser muy conveniente, pero que te lleven de la mano por un caminito todo hecho también puede resultar muy aburrido. Como ese contraste entre la figura del estanque y el manantial al que se refería William Blake en el verso que cité arriba. En ocasiones, el sistema industrial de publicación con todos sus intermediarios no hace más que limitar y contener la producción creativa. El manantial, por el contrario, las y los artistas son los que pueden desbordar esos límites, siempre que se aventuren a conocer y experimentar con las técnicas.

William Blake, poeta y pintor, jugador de toda la cancha, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, ideó un método particular de impresión que integraba texto e imagen en una misma plancha de metal. Para lograrlo era necesario dibujar y escribir con barniz a mano alzada sobre una placa de bronce que luego se sumergía en ácido para completar el grabado químico. Esta forma de imprimir le permitía publicar sus obras con un presupuesto bajo y mantenerse en constante experimentación sobre la forma de trabajar con el texto, el color y la textura. Él mismo redactaba su publicidad y decía que su método combinaba al artista plástico con el poeta.  

Placa de bronce grabada
Pero este método no solamente tenía que ver con reducir el costo de publicación. Blake se sacaba de encima a los intermediarios habituales de la imprenta y la editorial. Las decisiones estéticas, técnicas y editoriales dependían exclusivamente del autor. Concebir así una obra implica un compromiso enorme de investigación y experimentación, de aprendizaje y constancia. Una dedicación muy especial que parece no encontrar lugar en la división actual del trabajo, craneada con los moldes de la serialización y la especificidad de cada una de las áreas. Como si fuese lo mismo, publicar una obra que construir un Ford. 


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