Levrero hipnotista


En lo que sería su última entrevista, grabada a principios de 2004, ocho meses antes de morir, Mario Levrero deja una serie de pautas o bases sobre su relación con la escritura y su concepción del arte. Allí afirma, entre otras consideraciones, que “el arte es crear una especie de máquina de hipnotizar a otra persona para transmitirle vivencias o experiencias anímicas que no se traducen en hechos perceptibles[1]”.

Leer a Levrero supone experimentar esa hipnosis, activar los mecanismos que el autor urdió para hacernos descender a otros niveles de consciencia. Indagar un poco en la naturaleza de ese artificio (valga el oxímoron) nos acerca al concepto de salud esbozado por Gilles Deleuze en La literatura y la vida.  La enfermedad –dice Deleuze– “no es proceso, sino detención del proceso”.

Tomemos por caso la novelita Dejen todo en mis manos, cuyo protagonista y narrador, parodia del propio autor, acude a su editor de confianza para publicar una novela porque necesita dinero. Pide incluso un adelanto a cambio de los derechos, ya sea que se publique o no. La necesidad “abrumadora”, los “bolsillos vacíos”, son manifestaciones de un cierto estado de salud en el contexto capitalista. La falta de dinero, en el caso del escritor, es proceso detenido, y su literatura es aquí un medio para recuperar la salud, al punto de que su objetivo no es dar a conocer su obra, obtener fama o ser reconocido como escritor, sino simplemente conseguir dinero. No es otra cosa que una “iniciativa de salud”, tal como la define Deleuze.

La contrapropuesta del editor, primera trampa, es un trabajo. En palabras del narrador, “el escritor está obligado a hacer cualquier cosa, excepto –naturalmente– escribir, si quiere continuar sobreviviendo”. El encargo consiste en buscar al autor de una novela que sí quieren publicar. La ironía para el escritor devenido detective será tratar de encontrar otro escritor con más valor que él. Así comienza la aventura y el argumento principal de la novela, poniendo al protagonista en el rol de investigador, que se compara a sí mismo con Phillip Marlowe, el detective antiheroico de las novelas policiales de Raymond Chandler.

Dice Deleuze, “la salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta”, y en eso se esmera el protagonista. Aquí el verbo inventar también parece recuperar su sentido etimológico, del latín invenio, encontrar. Es un hallazgo y un dispositivo a la vez. Una maquinación, en tanto producto de la mente, pero también es algo que se obtiene indagando en la mente. En el caso de la novela, el pueblo que falta y el autor que falta coinciden en su carácter de paradoja. Son la rara medicina, útil, escasa y accesible, como el dinero.

Así prepara Levrero su doble trampa, que actúa en una doble articulación, tanto para el personaje como para el lector. El personaje, llevado por la necesidad, hacia un pueblo perdido del interior; el lector, guiado ya sea por el entretenimiento o el interés por resolver la trama policial, hacia un artificio hipnótico.

¿En qué consiste, entonces, esta trampa literaria? El dispositivo de procedimientos formales del que hablaba Shklovski en El arte como artificio[2], la desautomatización de los procesos perceptivos, por ejemplo, es compatible con la idea de trampa que concibe Levrero:

“Escribís una historia y la historia que escribís es como una trampa que mantiene el interés del lector para que en ese estado vaya creyendo lo que está leyendo y vaya bajando a los niveles críticos de la conciencia”[3].

En Dejen todo en mis manos, el protagonista cae en el pueblo-trampa, que captura su interés rápidamente. En primer lugar, es el propio manuscrito el que impulsa al escritor-detective a querer conocer la identidad del autor anónimo. Pero también, en ese pueblo, conoce a la prostituta Juana Pérez (homónima femenina del autor del manuscrito), de la que se enamora, como el hipnotista Joseph Breuer se enamora de Ana, su paciente hipnotizada[4].

En cuanto al dispositivo literario, el lector se encuentra envuelto en una serie de campos semánticos que otorgan consistencia al artefacto, como los nodos de una red. Los nombres, por ejemplo, constituyen una red conceptual: los pueblos vecinos de Penurias, Miserias y Desgracias,  así como los nombres de los personajes: Juan Pérez, Juana Pérez, María López.

Como recurso humorístico, el narrador introduce una serie de confusiones onomásticas respecto del personaje de la vieja profesora de literatura, la señora Schloss. El término schloss en alemán significa castillo. Es justamente el título original de la obra de Kafka (Das Schloss), autor con el que Levrero dialoga continuamente. El protagonista la llama alternativamente señora Shnapps, Potz, Blitz, Screem, dando a entender que el nombre real no importa tanto. De hecho advierte que ha modificado todos los nombres para no herir susceptibilidades, como si se tratara de una historia real o de una anécdota propia.

Este juego de nomenclaturas es un procedimiento que consigue ponerlas en primer plano. Una visibilización artificiosa, como la coloratura del camaleón o el camuflaje de las mariposas, maquinada para capturar la mirada.

Las alusiones a Kafka, a Chandler, a Stevenson, a su vez vehiculizan el vínculo con una trampa más grande, la Literatura. Estas referencias se tejen a una trama inmanente, la de lo literario como principio artificioso.

 Llegados a este punto, en el que convergen varias novelas de Levrero, la que estamos considerando aquí cobra una relevancia diferente, ya que pergeña la trampa dentro de la trampa y provoca un cambio de plano. Si el fin de la literatura, como la hipnosis, se relaciona en cierto modo con un estado de salud, son necesarios recursos que ejerzan un movimiento de fuerzas, un “plan de intensidades y velocidades”[5] –dirán Deleuze y Guattari en Mil Mesetas–, un determinado cambio de plano.

Levrero lo consigue por medio de una gradualidad progresiva con la que va empujando al protagonista a sospechar de la trama en la que está inmerso:

Empecé a presentir a Juana tras cada esquina, jugando a las escondidas conmigo; un señuelo que me inducía a seguir caminos equivocados, que me envolvía y me ataba a esos lugares sombríos como el hilo pegajoso de una araña. (p. 102) 

En ese trance, donde la intensidad de la investigación alcanza su punto límite, el texto introduce a un personaje ex machina, cuya única función será la de proyectar la trama hacia otro plano. Es el personaje del fotógrafo con quien el protagonista se cruza por extravío y casualidad. O mejor, por la naturaleza del dispositivo novelístico. Es un extranjero que utiliza el lenguaje de una manera extraña, construye oraciones difíciles de procesar. El fotógrafo es, justamente, un artista que trabaja con la mirada, y se ocupa de capturar insectos con el lente de su cámara. Más precisamente, arañas:

–Telas de araña –decía–. Telarañas. También la vida puede ser telaraña, ¿usted sabe? Curioso cómo asemeja dibujo de ciertos mandala. Espacio mítico. Hombre también crea espacios míticos, ¿por què no araña? Ciudades, por ejemplo. Al principio, sueño de hombre, lugar donde poner afuera dioses y demonios, pero despuès ciudad física atrapa, hombre queda como insecto en telaraña. Viaje hoy, linda chica. Bueno para usted. ¿Sostiene cartón? (p. 112) 

En la cita, el pedido de sostener el cartón devuelve al protagonista a la escena, al montaje propiamente dicho, para no interrumpir la narración, ya que lo que ha dicho dispara el sentido hacia otro plano, activa unos mecanismos que permanecían inertes. Sin embargo, insiste en mantener el montaje, para no perder el hilo y el efecto de la hipnosis.

Trampa perfecta, la telaraña es a la vez tela y araña, es artefacto y artífice. El plano con el que nos vincula el fotógrafo revela la materia con la que Levrero construye su aparato hipnótico, su espacio mítico. La confusión, el mareo confortable, al que nos conduce dulcemente la literatura resulta un narcótico sanador.

El sentido de la hipnosis, como dispositivo de acceso a planos inconscientes, es recuperado por Levrero para ilustrar esa relación entre la escritura y la salud a la que alude Deleuze.

En Dejen todo en mis manos encontramos muchos elementos, de los cuales he citado sólo unos pocos ejemplos, que dan cuenta de los procedimientos ligados a la emboscada hipnótica: atraer y entretener para actuar e incidir.

Incluso, aventuro una interpretación del título en la misma línea: dejar todo en manos del escritor, dejar que él se ocupe de todo. En términos clínicos no es otra cosa que una transferencia. Darle al escritor el permiso de hipnotista.


[1] Entrevista a Mario Levrero realizada en 2004 por Pablo Silva Olazábal. Disponible en http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ficcion/Levrero-secreto-mejor-guardado_0_1261673839.html . Audio completo en: https://www.youtube.com/watch?v=ifuoBIAMChs

[2] Shklovski, V. “El arte como artificio”. En Teoría de la literatura de los formalistas rusos; Méjico: Siglo XXI, 1991.

[3] Idem 1.

[4] http://historiaybiografias.com/annao2

[5] Deleuze, G. y Guattari, F. Mil Mesetas, Valencia: Pre-textos, 2010.


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