Besar a ojos cerrados


Molly encarna dos lutos. El de la amada fiel que, pasivamente, deja ir al amado a ese lugar del que nadie regresa es uno, el más fácil de ver. Es el de la Penélope que teje.
El segundo transcurre en una dimensión híbrida, la que se abre como un portal entre lo esencial-irreal y lo evidente-sensorial. Es esta línea dispuesta a dilatarse (hasta ser lo mismo que dos labios abiertos) para que el argumento cumpla el propósito de su existencia.
Por eso mantiene cerrados los ojos y abierta la boca. Para eso, y para no ver que se está transando a Whoopi Goldberg. Porque Penélope debe destejer para seguir amando, hacer desaparecer punto por punto el texto en que se hallaba enunciada.

Sam, por su parte, experimenta dos muertes. La del nombre que no quiere dejar de ser pronunciado y la del silencio quebrado. Por eso puede volver a encontrarse solamente con la boca de la amada, que es donde está el nombre.

Mientras tanto, lo normal, lo exterior, lo real, sigue siendo algo parecido a Whoopi Goldberg.


Ghost, Jerry Zucker, 1990

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