El verano del cohete

Tanto la crónica como el diario o la bitácora son tipos discursivos que solicitan un paratexto en común: la fecha. Este elemento, que finge con mejor imprecisión la ubicación temporal de los sucesos narrados, es al mismo tiempo una señal de irrealidad. Como el insecto que se camufla para darse a conocer, la fecha es verosimilitud. Y no hay nada más inverosímil que la similitud.
Crónicas Marcianas se divide en capítulos y fechas, arrojadas con una vaguedad aparente pero que no se despegan de lo que en su siglo fue sinónimo de bisagra y de futuro, el año 2000. Aporta al texto lo que las conjugaciones verbales no le pueden dar: un entorno de misticismo en el que se pueda jugar con la ironía, un territorio temporal (que es atemporal) para desertar de la anticipación científica y la sensatez utópica.
Hoy tenemos 2012 en nuestras narices.

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