Salto al abismo

Kafka / Un mensaje imperial
Nuestro amigo y devenido insecto, con cuyas reencarnaciones cruzo siempre unas palabras en la cocina antes de rociarlas de Raid, ha dejado especialmente para mí, el más miserable de sus súbditos, un texto tan sucinto como inmenso. Su brevedad es semejante a la de un agujero de gusano, un punto en el espacio, una falla a través de la cual se unen distancias impensables.
En un único párrafo, al cual accedemos con la desconfianza que nos es habitual, resume lo que nos ha costado más de treinta siglos de literatura entender. Similar a lo que Barthes señala como quiebre de la comunicación (seguramente con otras palabras, un tanto más francesas, quizás). Justamente, la literatura arranca allí, en ese mensaje de ese emperador agónico, cuyo receptáculo y a la vez “canal” jackobsoniano tiene enormes dificultades no sólo para transmitirlo, sino para llegar incluso hasta los oidos distraidos de ese lector solitario y sombrío “que ha huido a la más distante lejanía”. Ese mensaje que nunca llega, es sin embargo imaginable, cuando uno se sienta junto a su ventana al caer la noche.
¿Qué nuevo Emperador moribundo imaginará que yo estaré al otro lado del mundo soñando que a través de la escoria de las capitales llegará hasta mi puerta un Mensajero cansado, con la lengua seca de sed, repitiendo en su memoria cuanta palabra le haya soplado al oído afortunado, con su último aliento, aquél Emperador ya inexistente?

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