Las lágrimas del héroe

Virgilio / Eneida
La sombra de Dido y su inmortal silencio, la maldición de la reina que recae sobre la futura enemistad entre Cartago y Roma, los dolores del viaje, los amigos perdidos, los trabajos piadosos, son el llanto de Eneas en el Averno. Y frente a eso, la voz del padre, el destino, la progenie, el camino a la nueva Edad de Oro. Viendo a Dido, Eneas no solo llora por amor. Llora también su deber, y esas lágrimas valen toda la gloria de Roma.
De eso se trata la piedad. Es similar a esa purificación por el aire, el agua, el fuego: condición necesaria para la permanencia en los Campos Elíseos. No es sólo un toque de historia amorosa que el poeta incrustó en el libro IV, sino más bien una tenue trama que, entretejida a lo largo de toda la obra, va abordando esta piedad desde todos los rincones.
El héroe penetra en el mundo de donde nadie retorna, y el héroe vuelve. Eneas lleva consigo esa piedad, la transita, se sumerge en ella y hasta el fondo del mundo. Tal vez, a su regreso, el camino quede menos intransitable para los iniciados.

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